Los seres humanos experimentamos diversas emociones en nuestra vida cotidiana. La mayoría de estas surge como respuesta a determinados eventos o situaciones, en función de nuestra percepción de los mismos.
Podemos considerar a las emociones, positivas y negativas, como necesarias para conocer nuestro estado. Sin embargo, hay ocasiones en las que una emoción puede volverse tan intensa y destructiva que es preciso saber controlarla para evitar llegar a un estado perjudicial para nosotros.
En este artículo, hablaremos acerca de las emociones aflictivas, las cuales, forman parte del espectro emocional de todo individuo y cómo estas pueden llegar a convertirse en un obstáculo que frene nuestro crecimiento y felicidad si no se conocen ni gestionan adecuadamente.
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Emociones aflictivas
Envidia, frustración, ira, rencor, culpa, decepción… ¿Quién no ha llegado a sentir estas emociones? De hecho, todos podemos decir que nos hemos sentido muy familiarizados con ellas porque tienden a impactar nuestra vida si las alimentamos.
En el ámbito de la psicología se conoce como emociones aflictivas a aquellos estados mentales y emocionales que disminuyen el bienestar con el tiempo.
Las emociones aflictivas pueden ser generadas como reacciones ante alguna experiencia desagradable o incómoda, y pueden incidir de manera negativa en nuestra relación con el entorno, ya que alteran nuestro estado cognitivo y conductual. Dicho de otro modo, anulan o disminuyen la capacidad de pensar y razonar afectando el comportamiento y produciendo malestar.
Generalmente se pueden identificar porque tienden a producir agitación interna, nublan la capacidad de discernir y limitan la capacidad de hacer juicios razonables, así como de pensar con claridad y actuar de manera constructiva.
¿Por qué son importantes las emociones aflictivas?
Absolutamente todas las emociones, tanto positivas como negativas, tienen su función y nos son útiles dentro de un sentido evolutivo. Nos permiten establecer vínculos, repeler aquello que pudiera implicar riesgos para nuestro bienestar y supervivencia, alertarnos acerca de amenazas, entre otras.
Sin embargo, a pesar del carácter natural que puedan tener todas las emociones, es necesario ser consciente de que hay estados emocionales que son destructivos en sí mismos y otros, que por el contrario, se tornan destructivos cuando aumentan su intensidad o se prolongan a través del tiempo.
Cuando un estado emocional se vuelve destructivo, es una emoción aflictiva, capaz de frenar tu crecimiento, felicidad, de alterar tu capacidad de tomar decisiones, tu manera de relacionarte y la percepción de tu entorno. Por ello, es necesario poder identificarlas y gestionarlas para evitar que esta socave nuestro bienestar en el corto, mediano y largo plazo.
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Es de vital importancia ser conscientes de cómo nos sentimos, de las emociones que albergamos en nuestro interior, pues de de esta forma podremos tratar de comprenderlas, controlarlas, y saber que cambios es necesario que hagamos para disminuirlas.
Las emociones aflictivas
Ya hemos mencionado que las emociones aflictivas son aquellas que merman nuestro bienestar. Algunos ejemplos de ellas son:
Celos: los celos generalmente son generados por un apego exagerado hacia otra persona, considerándola incluso (a veces de forma inconsciente) parte de nuestra propiedad, y se manifiesta como una ausencia de seguridad que aparece ante el mas ligero desvío de la atención que detectemos en esta persona.
Envidia: un deseo, atracción y al mismo tiempo repulsión por alguien, que nos impide reconocer nuestras propias cualidades así como las de otras personas.
Arrogancia: muestra de soberbia y desprecio hacia los demás, asociada al orgullo y a una percepción distorsionada de uno mismo.
Ira: esta emoción tiende descontrolarse fácilmente, siendo una fuerza de enfado muy grande y violenta.
Tristeza: es una emoción básica. Permite atravesar perdidas, desilusiones o fracasos. Es una emoción infeliz y dolorosa.
Miedo: es una emoción básica que nos permite identificar peligros o amenazas. Genera un estado de alarma y ansiedad.
Culpa: es un juicio moral que realizamos en base a nuestra conducta y pensamientos y determinamos que hemos cometido un error y que merecemos ser castigados.
Resentimiento: sentimiento de hostilidad generado por el rencor guardado hacia otra persona por defraudarnos o hacernos daño.
Frustración: desilusión, tristeza y decepción ante la imposibilidad de satisfacer un deseo o necesidad.
Conclusión
Así como el resto de las emociones, las emociones aflictivas tienen una incidencia e impacto en nuestra vida, en como percibimos nuestro entorno, en nuestra capacidad para tomar decisiones, frenan nuestro crecimiento y pueden llegar a conducirnos a un peligroso estado de desánimo. Pero es importante reconocer que no todas las emociones negativas son necesariamente aflictivas, pues incluso estas emociones tienen su función y su utilidad. El problema se produce cuando la emoción perdura como estado emocional por tiempo prolongado mermando poco a poco nuestro bienestar y repercutiendo en la vida cotidiana, allí es cuando la emoción se torna aflictiva y es necesario conocerla y ahondar en ella, con la intención de comprender su composición en aras de nuestra felicidad y ayudarnos a vivir con mayor facilidad y estabilidad.